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Es posible que el lector del texto bíblico se sienta levemente decepcionado al recorrer el contenido de la lectura de la Torá de esta semana, parashat Mishpatim (Leyes).
Después del apasionado relato de las plagas cayendo sobre Egipto, la conmovedora salida de la esclavitud, el milagroso cruce del Mar Rojo y el momento sublime de la entrega de la Torá, a todo el pueblo de Israel, reunido al pie del monte Sinai,, la Torá abandona la narrativa para enunciar una larga y muy diversa serie de leyes que conforman el Sefer Habrit (el libro del Pacto) y que culmina, precisamente, con el establecimiento del pacto entre Dios y el pueblo de Israel.
La continuidad del relato se interrumpe y aparece un cuerpo legal que abarca los temas más diversos: la esclavitud, daños físicos y morales, el aborto accidental, robos, fraudes, idolatría, tzedaká, justicia, fiestas de peregrinación, ofrendas y muchos más. Abarca prácticamente todas las facetas de la experiencia humana.
Es abismal el choque entre la majestuosidad del Decálogo y lo meticulosamente normativo de nuestra parashá, entre el impacto de la palabra divina dirigida a cada uno (los Diez Mandamientos están expresados en singular) y la aridez de los Mishpatim.
Es posible que haya sido esta brecha perceptiva la que originó el comentario de Rabí Ishmael, citado en la Mejilta. Siguiendo el principio rabínico que sostiene que ninguna letra de la Torá es superflua, Rabí Ishmael se detiene en la primera letra, la “vav” (“y”) de VE-ELE MISHPATIM; literalmente, “Y estas son las leyes”. ¿Por qué el texto no comienza diciendo ELE HAMISHPATIM, “Estas son las leyes? ¿Por qué esa “Y” inicial?
Rabí Ishmael responde: “Así como las primeras (los Diez Mandamientos de la parashá anterior) provienen del Sinaí, también estas fueron dichas en el Sinaí.” Es decir, la “vav”, el nexo coordinante, determina que también las leyes del Sefer Habrit fueron entregadas al pie del monte Sinaí.
A partir de este midrash, encontramos que este conjunto de leyes que aparece en nuestra parashá cobra un nuevo significado. De alguna manera se convierte en una articulación de los Diez Mandamientos, un desarrollo más detallado de los principios generales establecidos por el Decálogo.
Y es después de esa enunciación más concreta, más puntual, de las leyes, cuando se realiza el Brit, el pacto. Las Tablas de la Ley son el símbolo del pacto, pero éste sólo cobra vigencia cuando el contenido de las Tablas es traducido, tal como lo hace Parashat Mishpatim, en normas que guían todos los aspectos de nuestra vida.
Tras la lectura de Moisés del Sefer Habrit, el pueblo al unísono respondió NAASE VENISHMA, “Lo cumpliremos fielmente” (según la traducción del Jumash Etz Hayim), demostrando así su firme voluntad de ser parte del pacto.
Alguien me hizo notar que esta respuesta del compromiso de Israel con el pacto aparece en el libro de Éxodo 24:7. No entendí a qué se refería, pues ya conocía la cita. “¿Te das cuenta de la ubicación?” me dijo. “¡24/7! Eso significa que también nuestra respuesta como parte del pacto tiene que ser dada 24/7: las 24 horas del día, los 7 días de la semana.” Y no es necesario agregar nada más.
Shabat Shalom!!
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En el comentario anterior nos referimos a la “santificación del tiempo” como una característica central del judaísmo. El reciente viaje a Israel, me mostró que existen lugares donde el tiempo se ha acumulado, ha echado raíces y ramas, es algo vivo que nos impregna con su peso y su grandiosidad.
Ahí están, para sobrecogernos, los puertos de Yaffo, Cesarea, Akko. Detengámonos, por un momento, en Yaffo. Son indescriptibles las sensaciones que embargan al visitarlo, cada piedra nos habla de historias que se inician hacia el año 7500 a.e.c. Ciudad de la tribu de Dan; mencionada en la Torá como el puerto por el que desembarcaron los cedros empleados para la construcción del Primer Templo y luego del Segundo; el puerto desde donde Jonás embarca para Tarsis; pero también el lugar de la famosa visión de Pedro, clave para el surgimiento del cristianismo primitivo. El espíritu parece percibir las presencias fantasmales de cananeos, filisteos, persas babilónicos, fenicios, macedonios, romanos, judíos, musulmanes, cruzados, otomanos, mamelucos, franceses napoleónicos, británicos, que invadieron, destruyeron, reconstruyeron, habitaron, refundaron e impregnaron este lugar con sus costumbres y culturas. Todo está aquí, se palpa, nos asalta, por momentos brutalmente, dolorosamente (¡esa humanidad siempre buscando el dominio de los unos sobre los otros!). Pero finalmente prevalece la visión de una humanidad que, piedra sobre piedra, va construyendo su mundo. Y entonces volvemos al presente de Yaffo, con sus casas de piedra y sus estrechas callejuelas que albergan el pintoresco barrio de los artistas, cuyas creaciones nos hablan de la persistencia de lo humano y de la infinitud del tiempo.
Algo similar se vive en lugares como Cesárea o Akko (Acre) o en el barrio de Neve Tzedek (el primer barrio de Tel Aviv), donde en cada callejuela, en cada rincón tropezamos con algún museo, algún santuario artístico, algún recuerdo de connotados antepasados. Así en todo Israel encontraremos múltiples lugares, museos de todo tipo, consagrados a la conservación de la memoria, a la conservación del tiempo milenario.
Dejando atrás estas piedras, de pronto nos encontramos con la modernidad de Tel Aviv y con el área de Silicon Wadi, donde se concentran las empresas de alta tecnología, industria fundamental del Israel moderno.
Muchos otros lugares donde se acumula el tiempo se podrían mencionar: Tiberias, el Mar Muerto, el desierto de Judea, Masada, el Kfar HaNokdim (campamento beduino), el Monte Meron, Safed, y sobre todo, Jerusalem, el Museo Herzl, el Yad Vashem (museo del Holocausto), los túneles del Kotel (el Muro de los Lamentos), el Mea Sharim (barrio de la ortodoxia), la Torre de David (donde asistimos a una exhibición en que se fusionan las ruinas milenarias con el más moderno espectáculo audiovisual y nos extraviamos por los meandros del tiempo), el mercado, el Cardo, los lugares religiosos de judíos, cristianos y musulmanes, el recorrido por las estaciones del Vía Crucis, y un largo etcétera. Jerusalem es un contenedor de tiempos, culturas, corrientes espirituales, historia, energías milenarias. Todo ello mezclado, en un presente multifacético, con la vida actual y esa especie de Shopping ultramoderno que es Mamila.
Poco espacio nos queda ya y mucho más que contar de este viaje en la máquina del tiempo. Podría llenar varios comentarios como este tan solo recordando el Kotel (HaKotel HaMa’araví, el Muro Occidental), con su antigüedad de más de 2.000 años, centro de la memoria y espiritualidad judía, con sus antiguas piedras que testimonian nuestro pasado histórico y nuestra conexión con el Creador, herencia y renacimiento de nuestro pueblo, condensados en esa cristalización de los tiempos, donde nos reencontramos con Salomón, las conquistas babilónicas, el Rey Herodes, las invasiones romanas, mamelucas, musulmanas, la unificación de Jerusalem y la recuperación de los accesos al Kotel, tiempos de guerra y de paz que han transcurrido hasta nuestros días, en que judíos de todo el mundo pueden orar cerca de donde estuviera el Kodesh Ha-Kodashím y dejar, según lo indica una tradición de varios siglos de antigüedad, pequeños papeles con plegarias, súplicas, alabanzas y peticiones entre las rendijas del muro.
Pero no quisiera terminar sin referirme a una imagen que, de algún modo, sintetiza todo lo que quise decir en este comentario: cerca del centro político del Israel moderno, la Knéset, visitamos, en contraposición, muestras de una antigüedad que se remonta a los esenios: el santuario del libro (Heikhal HaSefer), donde se exhiben los rollos del Mar Muerto (datados del periodo de entre los años 250 a.e.c y 66 e.c.). Pero, junto a estos testimonios de la antigüedad, al salir, nos encontramos con “la Biblia más pequeña del mundo”, un nano chip de 4,76 por 4,76 milímetros, siendo la anchura de cada letra de 0,18 micrómetros: ¡desde la antigua escritura en papiros hasta la nano escritura, en unos pocos pasos!.
Israel, desde la Cueva de las Estalactitas y Estalagmitas, hasta el Bunker de los Altos del Golán, cristalización del tiempo, para sentir, entender, experimentar; cristalización de pensamientos y emociones; cristalización del tiempo para energizar nuestra conexión con la Luz del Creador.
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