Postrado en su lecho de muerte, Jacob llama a sus nietos, Efraín y Menashé. Él quiere bendecir a los hijos de su querido José aun antes que a sus propios hijos, afirmando el pacto de Abraham con la generación siguiente.
José trae a sus hijos y los coloca en el orden de su nacimiento para recibir las bendiciones. Creando una escena que se reconstruye de nuevo cada Shabat, Jacob coloca sus manos sobre estos niños y comienza su plegaria.
Dice la Torá: "Entonces extendió Israel su mano derecha y la puso sobre la cabeza de Efraín que era el menor, y su izquierda sobre la cabeza de Menashé, guiando adrede las manos, aunque Menashé era el primogénito." (Gén. 48:14)
José se apura a señalar que Jacob aparentemente se equivocó al poner su mano derecha, la prominente, en el hijo menor. La corrección de José nos recuerda las palabras de Labán a Jacob, cuando este pidió en matrimonio a Raquel antes que a su hermana mayor, Lea. Dice Labán: "En nuestro lugar no se hace así, de dar la menor antes que la mayor" (Gén. 29:26). Asimismo, la práctica común dicta que el hijo mayor recibe la primera, y quizás la mejor, bendición.
Pudiéramos creer que las acciones de Jacob se relacionan con su mala visión. Recordemos que ésta fue una de las razones por las que Jacob mismo pudo adquirir la bendición del primogénito de parte de su padre Isaac. Sin embargo, sería miopía entender este embarazoso momento como una falla relacionada con la vista, cuando Jacob dice: "Lo sé, hijo mío, lo sé; éste también vendrá a ser pueblo, y él también será grande; y sin embargo su hermano menor será más grande que él; y su linaje vendrá a ser una multitud de familias" (Gén. 48:19). Cuenta el Midrash que los actos de Jacob tienen conexión con un repentino encuentro profético que preveía acciones más grandes en los descendientes de Efraín que en los descendientes de Menashé.
Este diálogo entre Jacob y José es más que una escaramuza familiar sobre autoridad. Palabras repetidas, aun letras, en la Torá, nos informan que está sucediendo algo más en nuestro texto sagrado de lo que parece a primera vista. En el versículo mencionado anteriormente, cuando le aclara las cosas a José, Jacob dice: "Yadati bni yadati", que se traduce como "Lo sé, hijo mío, lo sé". Del resto del versículo entendemos que este patriarca moribundo está explícitamente consciente de sus actos y de quienes le rodean. Pero podría haber expresado esto sin decir "lo sé" dos veces.
Esta repetición aparentemente innecesaria nos hace plantearnos una pregunta: ¿por qué Jacob dijo yadati dos veces? Aún más, puesto que yadati significa "lo sé", ¿qué es lo que sabe Jacob y quiere compartir con su familia?
En nuestro mundo físico, mortal, las leyes naturales –de la física, del tiempo y hasta del orden de los nacimientos en una familia– tienen importancia. En el mundo antiguo, y aun en varias culturas actuales, el orden en que se nace determina los derechos y obligaciones sociales y familiares de cada persona. Igualmente, el bejor (primogénito), en el judaísmo, ocupa una posición muy estimada. Cuando el Templo existía, antes de la instalación de la tribu de Leví como guardianes del Tabernáculo, los primogénitos estaban destinados, originalmente, a cumplir con este papel.
Al bendecir al hijo menor primero, Jacob enseña a las generaciones futuras una lección valiosa. En un primer nivel, transmite que las acciones y el carácter importan más que el orden de nacimiento, cuando se trata de lograr el éxito y determinar las bendiciones que tendremos en vida. Ni siquiera el haber sido bendecido primero garantiza el éxito futuro, pues este episodio no se limita a procurar una meritocracia.
El primer yadati de Jacob se refiere al conocimiento y experiencia que posee de primera mano, que demuestra que la vida no siempre sigue una trayectoria lineal. Como proclama el salmista, la grandeza de Dios es ein jeker, más allá de nuestra comprensión (Salmo 145). Vemos la prueba de este patrón repetidas veces en Génesis. Abraham, el más joven de tres hermanos, recibe el llamado de Dios. Isaac hereda los derechos de nacimiento por encima de su hermanastro mayor, Ismael. Jacob mismo recibe la primogenitura sobre su hermano gemelo, Esaú. Y José, el hijo de la segunda esposa, Raquel, toma las riendas de la familia, gobernando literalmente sobre sus hermanos, incluido Rubén, hijo mayor de Jacob.
Cuando se trata de la fe y el pacto con los hijos de Abraham, el orden de nacimiento humano y las reglas normales de la naturaleza no se aplican. En otras palabras, nuestros derechos de nacimiento no están determinados por el orden en que nacemos. Esto representa el mensaje fundamental de toda la Torá, en lo que respecta a niveles familiares y nacionales.
El que Jacob pronuncie dos veces yadati también señala a sus descendientes que el pacto de Abraham ha entrado en una nueva fase. Poco antes en Génesis, encontramos a Abram -sin hijos en ese momento- hablando con Dios: "Sabe con toda seguridad que tu simiente será extranjera en tierra ajena, donde la reducirán a servidumbre, y la oprimirán cuatrocientos años" (Gén. 15:13). Es importante destacar que la expresión "sabe con toda seguridad" aparece en realidad como dos palabras, yadoa teida, en el texto hebreo. Tanto en este versículo como en el de la Parashá Vayehi, la palabra hebrea para "saber" aparece dos veces, cuando una habría sido suficiente.
El segundo yadati sirve como precursor del capítulo siguiente para la floreciente nación israelita. Lo que Jacob sabe es que el camino que les espera estará lleno de privaciones, esclavitud y aflicción, pero que la salvación les espera más adelante. ¿Quién podría imaginar que un pueblo esclavo podría irse, ni mucho menos liberarse, de sus amos, la superpotencia mundial de la época? Y sin embargo, el pacto de Abraham no se apega a las reglas comunes que rigen las ciencias políticas.
En su ensayo "Sobre los judíos" de 1898, Mark Twain hace esta aseveración:
Los egipcios, los babilonios y los persas surgieron, llenaron el planeta con sonido y esplendor, luego… desaparecieron. Los griegos y los romanos les siguieron. El judío los vio a todos, superó a todos y es ahora lo que siempre fue, sin muestras de decadencia, ninguna debilidad de la edad, ninguna debilidad de sus partes… Todas las cosas son mortales excepto el judío; todas las demás fuerzas pasan, pero él permanece. ¿Cuál es el secreto de su inmortalidad?
Dos mil años después de la escena de Jacob en su lecho de muerte, Twain se maravilla de la presencia insondable y sostenida del pueblo judío, a pesar de nuestras tragedias y tribulaciones. Cincuenta años después, con la fundación del Estado de Israel, David ben Gurión provee una respuesta a la interrogante de Twain: "En Israel, para ser un realista, hay que creer en los milagros."
Cada viernes por la noche, cuando los padres reconstruyen esta antigua escena al abrazar y bendecir a sus hijos, comunican que nuestras acciones le darán forma a las bendiciones que recibamos. De igual importancia, ellos comparten el saber de nuestro patriarca Jacob: que el pacto de Abraham significa que lo inesperado puede ocurrir en cualquier momento y traer salvación a nuestro pueblo y a todo el mundo. |